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miércoles, 9 de abril de 2014

Aquella vieja tentación Galénica

Según Galeno, el buen medico debía ser un maestro en 3 ramas de la filosofía: lógica o sobre la ciencia de cómo pensar; física como ciencia de la naturaleza; y la ética para un correcto proceder.
Dr. Oscar Bottasso

 
Tras la destrucción de Corinto en el año 146 antes de Cristo, Roma se convirtió en el norte de la medicina griega. El primero en establecerse fue Asclepíades de Bitinia quien discrepaba con la teoría hipocrática de los humores. También se destacaron Dioscórides, Sorano de Efeso, y Antilo, entre otros. Pero la figura descollante fue sin duda Claudio Galeno. Nació en Pérgamo en Asia Menor (129 o 130) hijo de Aelius Nikon, un próspero arquitecto; el cual había sido visitado en sueños por Asclepio quien le profirió un destino médico para el muchacho.
Atento al mandato, el joven Claudio, apenas adolescente pero ya poseedor de un amplio dominio de las matemáticas y la filosofía, inició sus estudios en Pérgamo para luego proseguirlos en Esmirna, Corinto y Alejandría. Tras el regreso a  su ciudad natal fue designado médico de los gladiadores. También trabajó en el templo de Asclepio y así fue estableciendo una floreciente práctica privada. Un buen día decidió probar suerte en Roma, donde arribó en el 161.
Gracias a su buena estrella, diagnósticos brillantes y curas maravillosas atrajo admiradores y pacientes con gran influencia en los círculos de poder. Casi sorpresivamente, al cabo de cinco años retornó a Pérgamo, alegando que la hostilidad de sus colegas lo había llevado a tomar tal decisión. Aunque otra versión señalaba que su abrupta partida había coincidido con un brote epidémico instalado en la capital imperial. Poco después y a raíz de un requerimiento muy encomiástico de Marco Aurelio, Galeno regresó. El mismo emperador sostenía que era el primero entre los médicos y filósofos.

¿Cuáles fueron las razones para tamaño encumbramiento y dilatada perdurabilidad?

En Galeno confluye la escuela de Alejandría y la filosofía Aristotélica. Según él, el buen medico debía ser un maestro en 3 ramas de la filosofía: lógica o sobre la ciencia de cómo pensar; física como ciencia de la naturaleza; y la ética para un correcto proceder. De lograrlo, podía ganarse el acatamiento del paciente y la admiración tributada a un Dios. Entroncado con esta condición de quasi Deidad, la práctica médica tenía que regirse por el amor a la humanidad y no por lo pecuniario.

Desde su posición, la investigación anatómica frisaba lo excelso. El anatomista debía ser reverente con el Creador puesto que su trabajo en definitiva revelaba la sabiduría del Gran Hacedor. En este contexto, la disección llegaba a ser una experiencia si se quiere religiosa. La anatomía le sirvió incluso para reconciliar debates filosóficos, como la controversia acerca del asiento de la razón en el cuerpo. Los Aristotélicos lo ubicaban en el corazón puesto que la voz, como instrumento de la razón, provenía del pecho; mientras que los no enrolados en esta perspectiva lo situaban en la cabeza. Su demostración que el nervio recurrente laríngeo controla la voz reivindicaba esta última postura. Si bien sus investigaciones se llevaron a cabo en animales, sobre todo monos y cerdos, algunos estudiosos de sus textos suponen que también efectuó disecciones en seres humanos, por ejemplo criminales que no habían sido enterrados. Hizo descripciones del aparato locomotor como así también de los nervios craneales y el sistema simpático.

Nunca satisfecho con la representación anatómica, igualmente procuró entender la relación estructura-función enriquecida con un importante ingrediente especulativo. De alguna manera estableció los cimientos para lo que mucho después llegaría a ser una ciencia de la medicina. Según su visión, la sangre era continuamente sintetizada a partir de los alimentos ingeridos. La fracción aprovechable de los mismos se transportaba desde los intestinos vía de la vena porta al hígado, donde gracias a la capacidad innata de la víscera se transformaba en sangre venosa. Los tejidos sorbían los nutrientes requeridos en virtud de una suerte de selección específica. La parte inutilizable se convertía en bilis negra por el bazo. Tras el arribo al corazón la sangre debía pasar desde el ventrículo derecho al izquierdo, por varios caminos. Entre ellos, poros en el tabique, no visibles a la inspección.
"Insistió sobre la necesidad de conocer las causas de las enfermedades a fin de pergeñar sus tratamientos"
Su fisiología también incluía conceptos sobre respiración, latido, presión arterial, digestión, función de los nervios, embriología, crecimiento, nutrición, y asimilación. El enfoque Galenista combinaba las ideas hipocráticas con la teoría pitagórica de los cuatro elementos devenidos en los clásicos humores: sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla; sumado a la concepción del pneuma –espíritu- que lo penetraba in toto y era objeto de modificaciones llevadas a cabo en el hígado, corazón, y cerebro para ser distribuidos a través de las venas, arterias y nervios.
La teoría humoral constituía una explicación sobre la génesis y la esencia de todas las dolencias a la par de operar como sistema de encaje con los datos clínicos. Asimismo, abrazó la doctrina Platónica sobre la división del alma en tres partes; lo cual proveía un modo de dividir las funciones vitales en procesos gobernados por las almas vegetativa, animal, y racional.
Desde la praxis médica, diferenció la neumonía de la pleuresía, describió las diferentes formas de tisis, y sostuvo que la cocción o supuración era una parte esencial en la curación de las heridas, laudable pus. También insistió sobre la necesidad de conocer las causas de las enfermedades a fin de pergeñar sus tratamientos.

No obstante sus contribuciones, muy loables para la época, en líneas generales el sistema terminaba siendo complejo y enredado. Aún así, su influencia sobre temas anatómicos, fisiológicos, terapéuticos y filosóficos fue mayúscula. Los escritos de Galeno, alrededor de 80, discutían casi todos los aspectos de la teoría y práctica médica Grecorromana.

A pesar de su reverencia por el gran maestro de Cos, el Pergamasco no adhería a aguardar la fuerza curativa de la naturaleza. Esta actitud de avanzada por así decirlo, se daba de bruces con la cosmovisión imperante de la antigüedad. Para los pre-modernos el mundo era algo bello y bueno, al cual debíamos acomodarnos, vivir conforme al entorno y aceptar los acontecimientos, nuestro destino, incluido la enfermedad, y porqué no la muerte. De acuerdo con ello, la ciencia de aquellos tiempos fundamentalmente apuntaba a comprender y no alterar dicho orden.
Voluntas sangrandi
Su Olímpica amistad tal vez haya tenido que ver ese ímpetu intervencionista. Según sus relatos, en ocasión de padecer un absceso bastante doloroso, Asclepio se le apareció en sueños y le sugirió tajar un vaso en su mano derecha; lo cual derivó en una rápida recuperación. Seguramente influido por esta experiencia, Galeno consideró al sangrado como el tratamiento adecuado para casi todos los trastornos, hasta la fatiga. Dado que la sangre era repuesta ininterrumpidamente la práctica no podía acarrear problemas mayores; aunque se requería de una gran habilidad para determinar la cantidad a drenar, la vena donde practicar la incisión, y el momento propicio para efectuarlo. En ciertas condiciones, recomendaba dos sangrías por día. La primera hemorragia debería detenerse justo antes que el paciente se desvaneciera.

Lamentablemente, en algunas ocasiones el desmayo progresaba hacia la irreversibilidad.

En función de esta veta sanguínea, muchas de las enfermedades que sufrían los hombres no afectaban a las mujeres, gracias a la eliminación de la sangre superflua por la menstruación. Aquellas con ciclos menstruales normales supuestamente estaban “protegidas” de padecer gota, artritis, epilepsia, melancolía, apoplejía y así sucesivamente. Por su parte, los hombres que con frecuencia eliminaban este exceso a través del sangrado hemorroidal o nasal también podrían esperar estar libres de este tipo de dolencias.
A modo de encastre con la teoría humoral, el sangrado lograba los objetivos terapéuticos al permitir deshacerse de materiales putrefactos, corruptos y nocivos. Algunos científicos han planteado que la práctica en realidad podría haber beneficiado a ciertos pacientes al suprimir la expresión clínica de ciertas enfermedades, como la malaria, mediante una reducción de la disponibilidad de hierro circulante.
"Galeno instó a sus colegas a cultivar el arte de conocer el estado del paciente"
A la par de este voluntas sangrandi, también aplicó tratamientos en base a mezclas de compuestos de diversa índole posteriormente denominadas galénicas. Las hubo bastante agradables y de hecho utilizadas como productos de belleza por mujeres adineradas. El Refrigerans Unguentum, era una emulsión de agua en aceite de almendras, con cera blanca y perfume de rosa. Tampoco faltaron preparados bastante nauseabundos basados el empleo de bilis de toro, telas de araña, y piel de serpientes.
Según sus comentarios, ciertos médicos incluso habrían ensayado la utilización de remedios nocivos en esclavos reacios al trabajo, o bien ciudadanos y soldados que intentaban escapar a sus deberes políticos y militares. La pócima más conocida fue la Teriaca o Triaca, preparada con ingredientes de la más alta calidad con un mínimo de sesenta componentes. Si bien podía elaborarse en unos cuarenta días, tras sucesivos pasos de mezclado, calentamiento y agitación; algunos expertos sostenían que el período de maduración requería cinco a doce años. Durante la Edad Media, la Triaca se convirtió en un artículo muy preciado en muchas ciudades Europeas. Hacia finales del siglo XIX aún era posible encontrarlas en las farmacopeas de Francia y Alemania.
Altamente respetado como médico y filósofo, Galeno instó a sus colegas a cultivar el arte de conocer el estado del paciente. A fin de sortear fracasos y ganar la admiración general, el médico debía procurar que sus diagnósticos y pronósticos llegaran a ser casi una suerte de acto profético. Una táctica muy perspicaz era presagiar el peor resultado posible. Si el paciente moría la predicción del médico se había cumplido, en tanto que de recuperarse su aureola de mano-santa iba in crescendo. Lo que se dice “todo un adelantado”.

Fue un hombre talentoso, polifacético, factotum de “curas milagrosas” y en muchos sentidos verdaderamente deslumbrante. Sus contemporáneos, inclusive aquellos que habían participado en encendidas disputas, respetaban su agudeza y la pasión con la que defendió sus doctrinas. Poseía una respuesta para cada problema y una explicación para cada fenómeno. Todo era comprensible a la luz de sus teorías. Una clara anticipación del “se non è vero, è ben trovato”.

Este juego grandilocuente se sustentaba fundamentalmente en el método axiomático-deductivo que Aristóteles aplicó a la geometría. Lo cual era muy adecuado para este tipo de ciencia formal; pero no para la Medicina que se inscribe dentro de las fácticas. Si bien en nuestros días aplicamos la deducción lógica no lo hacemos a partir de apotegmas indiscutibles sino de propuestas que deben estar justificadas.
Para Galeno, y en función de esta razonabilidad de la naturaleza, era lícito efectuar algo así como saltos deductivos. Esta especie de cortocircuito lógico terminaba otorgando rango de certeza a cuestiones que en realidad sólo eran presunciones. Es un recurso muy tentador y a la vez arriesgado, que probablemente no inauguró Galeno. Sí podríamos otorgarle el copyright, por haberlo perfeccionado, aunque en esto también es necesario considerar la influencia de las revelaciones aportadas por la divinidad.
Adaptados al devenir de los tiempos, los continuadores no han faltado. A medida que recorremos problemas médicos de diversa índole, nos topamos con zonas de conocimiento sólido rocas duras, que configuran una suerte de islotes esparcidos y cuyo pasaje de uno hacia el otro se consigue a través de conjeturas. Quien más quien menos ha presenciado fastuosos “recitales fisiopatológicos” donde el supuesto se reviste con ropas de legitimidad. Las fuentes de inspiración ya no son olímpicas sino más bien pedestres, lo cual no quita que intenten aflorar como veracidades Elisíacas. Afortunadamente, hoy contamos con muchas herramientas que consiguen recortarle las alas en un tiempo bastante prudencial.
"Mucho más que la comunidad médica, a él le interesaba que su obra llegara al gran público"
A pesar de la brillantez de Galeno en las disputas y conferencias públicas, nuestro amigo no habría tenido estudiante o discípulo alguno. Mucho más que la comunidad médica, a él le interesaba que su obra llegara al gran público sabedor de los réditos que ello conllevaría. Así consiguió coleccionar una enorme masa de seguidores que en cierto modo le servían para aplastar a sus oponentes. ¡Cuántos lo imitaron! Y por si eso fuera poco, el hecho de tener sueños en los que el semidios le indicaba las conductas a seguir con los pacientes dejaba al contrincante en franca oposición con los designios celestiales, y propenso a terminar en la arena del circo dominical.

La sumatoria de situaciones incuestionables produjo, en definitiva, un estancamiento fenomenal y aquel pretendido intento de superación hipocrática terminó en un dogmatismo petrificante. El incendio en el Templo de la Paz en 191 destruyó mucho de sus manuscritos, y lo que sobrevivió completó alrededor de veinte volúmenes en griego. Es posible que las interpretaciones efectuadas por sus comentadores se hayan basado en manuscritos perdidos. El exceso de exaltación más que entendimiento también puede haber contribuido a que todo haya ido a parar al saco de las certezas absolutas. Ergo, nada que revisar en este orden sempiterno.

¿Cuán seguros nos sentimos de estar conociendo bien?
Los extractos de sus escritos, comentarios y traducciones constituyeron un componente sustantivo de la currícula médica. El Galenismo dominó el aprendizaje médico de toda la Edad Media Europea. Ciertamente estaba arraigado como una creencia, un conocimiento genuino, institucionalizado y subido a los pedestales.
"Promover el aprecio por la verdad como motor para finalmente validar nuestro conocimiento"
Independientemente del campo disciplinar, cuando las verdades adquieren el título de incuestionables los hechos deben encajar con ese marco contextual. De no ser así generalmente se recurre a la conocida artimaña de una interpretación antojadiza a la luz del “Régimen Teórico”. No es patrimonio absoluto de la ciencia, hace bastante tiempo alguien lo dijo con todas las letras: “verdad es lo que conviene al partido”. Es muy tranquilizante contar con creencias explicativas de la realidad. Siempre hemos necesitado creer que el mundo circundante es ordenado y asequible a nuestro entendimiento. El NOSOTROS SABEMOS cotiza mucho más que el me parece y ni qué hablar de la incertidumbre. Aunque es mucho más preferible que los espejismos.

La autoridad de Galeno no fue cuestionada seriamente hasta la introducción de la imprenta y un renacido interés en los clásicos de la antigüedad, lo cual facilitó disponer de sus obras originales. Tras una siesta de 1500 años, su sistema anatómico y fisiológico fue finalmente sometido a un riguroso escrutinio por estudiosos iniciados en el Galenismo. Ese espíritu reformador y revolucionario de la modernidad quizás haya sido el triunfo de lo más rescatable en Galeno. Su énfasis en cuanto a promover el aprecio por la verdad como motor para finalmente validar nuestro conocimiento y de ese modo ir ganando terreno firme.

La condición humana hace que esa vieja tentación Galénica difícilmente llegue a extinguirse. Es más, podría aguardarnos tras apenas haber cruzado la calle. Para nuestro provecho el camino transitado no ha sido en vano. Existen antídotos epistemológicos, gnoseológicos y metodológicos que nos ponen a buen reparo.

Un simple cuestionamiento bastará para que la rueda de la criticidad comience a dar un nuevo giro, ¿cuán seguros nos sentimos de estar conociendo bien?
Oscar Bottasso
Instituto de Inmunología
Facultad de Ciencias Médicas - UNR

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